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INTERVENCIONES

Como niños, jugábamos con los juguetes que otros crearon. Como adultos creadores, naturalmente continuamos jugando con los art toys desarrollados por otros, haciéndolos nuestros a través de nuestro arte.

Como artesanos, desarrollamos escenarios, accesorios y objetos para las plataformas que nos encontramos en el camino.

Como narradores, generamos historias sobre el origen de nuestros juguetes favoritos.

Como artistas, creamos nuestros propios juguetes.

Y aquí desarrollamos un espacio para compartir los juguetes que intervenimos. 

 

Roberto

Gaticornio

La primera vez que Roberto vio a Glitter Mane fue en un viaje a la ciudad con su mamá. Caminaban apresuradamente para recibir a su padre en la terminal después de uno de sus viajes al extranjero. Y de la nada, de un changarro grasiento, Glitter Mane salió repentinamente, rebotando de arriba a abajo. ¡Sacudida, sacudida, sacudida, izquierda, derecha, izquierda, sacudida larga, giro rápido a la izquierda y prepárate para comenzar de nuevo!

 

Su piel suave brilla como un sol púrpura y su melena cruza el cielo como un cometa. Roberto nunca había visto nada tan hermoso en su vida. ¡Ni siquiera su mamá!

 

Rufina lo saca de su aturdimiento. Como buena esposa de un militar, no tiene tiempo para tonterías. Ramiro, el general, no tolera retrasos. Siempre demanda puntualidad militar.

 

El “Burrito Brillante”, una cadena de restaurantes dedicados a crear el burrito vegetariano perfecto, había recurrido a una mascota para atraer a una audiencia infantil, pero Paco Cactus fue un rotundo fracaso. Años más tarde, Penny, la hija de Big Kahuna, habló con su papá para crear nueva mascota para su restaurante, y Big Kahuna aceptó. ¿Cómo podía decirle que no a su adorable hija?

 

¡Y así Glitter Mane pasó de la imaginación de Penny al estrellato regional! Tuvo éxito inmediato en Meowtown e incluso en Woofchester y Mouseville.

 

Su rutina de baile, el "sacude y desliza", creó furor en las primarias. Todas las niñas querían dominar este movimiento. Todas las niñas y Roberto que memorizó la rutina en ese primer encuentro casual (¡Sacudida, sacudida, sacudida, izquierda, derecha, izquierda, sacudida larga, giro rápido a la izquierda y prepárate para comenzar de nuevo!)

 

Tan pronto como doblaron la esquina, Roberto comenzó a trotar por la calle, sacudiendo las caderas, al igual que Glitter Mane.

 

Rufina no lo nota, pero el General sí, y golpea a Roberto en la cabeza, lo suficientemente fuerte como para hacerle perder el ritmo y tropezar. Este será el primero de muchos golpes que eventualmente se convertirán en puñetazos violentos y culminará diez años después en una feroz pelea de gatos a media noche.

 

Por hoy, el coscorrón es suficiente para el General que no puede evitar notar el contoneo de caderas en los pasos de su hijo. Cada uno de ellos se convierte en una cortada de papel en el corazón del General.

 

Roberto crece... poco. Su cuerpo es delicado como su voz, que tiene un timbre que taladra la estoica fachada de su padre, casi tanto como su rimbombante personalidad que su pequeño cuerpo apenas puede contener.

 

Roberto siempre está en movimiento y ha aprendido a sacudir y deslizar con cada parte de su cuerpo. Si la familia está cenando, sus pies bailan y se deslizan debajo de la mesa. Si camina hacia la iglesia, su mano izquierda se mueve sin cesar al ritmo de Glitter Mane; su mano derecha siempre sosteniendo la de Rufina. Si está solo, todo su cuerpo se estremece, brilla y se regodea en la contagiosa rutina.

 

Esto es hasta que el General lo descubre, bailando solo, en medio de la sala, una noche después de demasiadas cervezas con los gatos del callejón. El General lo arrastra hasta el medio de la calle y se quedará ahí, por horas después de romperle el corazón a su papá ... y la nariz.

 

Y así comienza el descenso de Roberto al callejón. Las primeras noches son duras, pero eventualmente se gana un lugar en las calles de Meowtown.

 

Sus sueños son púrpura, y están llenos de diamantina. Cada noche trae consigo un nuevo sueño de escenarios, maquillaje, atuendos y baile. En sus sueños su melena y cola nunca son tan coloridas como las de Glitter Mane, pero no están nada mal para un gato de arrabal.

 

Su primer trabajo en el “Burrito Brillante” es lavando platos y tirando la basura en el turno de medianoche, y lo hace con gusto mientras se agita y se desliza toda la noche.

 

Se rumora que Glitter Mane III está lista para darle un respiro a sus caderas y pasar su brillante cuerno a una nueva generación.

 

Una conmoción se desata en Meowtown. Todas las chicas de la ciudad quieren ser Glitter Mane. ¡Todas las chicas y Roberto, que continúa bailando como si su vida dependiera de ello!

 

"¡Queremos que TÚ seas la próxima Glitter Mane", dice el cartel en cada local del “Burrito Brillante”. Roberto sabe que eso no es cierto. Su corazón se parte cada vez que recuerda las letras pequeñas SÓLO PARA FELINAS en la parte inferior del cartel, pero continúa bailando todos los días y todas las noches, incluso mientras duerme.

 

El concurso es un fiasco. Penny y Glitter Mane III no eligen ganadora y Glitter Mane III sigue siendo la reina del espectáculo. Semanas más tarde, después de una noche de bebidas baratas y malas decisiones, Penny y Stacy (el personaje de Glitter Mane III, olvidado por unas horas después de unos cuantos mezcales) se dan un rol por el “Brillante” original. 

 

Olvidado el desastre del concurso, ambas amigas están listas para un combo de Unicornio frito con queso y un par de aspirinas antes de dormir. Mientras conducen por el callejón detrás del local, ven una esbelta figura que hace un “sacude y desliza” perfecto mientras carga un par de bolsas de basura. 

 

Toma algo de tiempo convencerlo, pero al final, Big Kahuna anuncia a Roberto como Glitter Mane IV. Se viene la esperada reacción negativa después del anuncio. Algunos gatos juran que nunca volverán a poner un pie en el “Burrito Brillante”, pero semanas después se convertirán en ávidos usuarios del servicio de entrega a domicilio. 

 

Quince años después, Roberto se retira para dar paso a Glitter Mane V. En una ceremonia con emociones encontradas, lucirá la gran melena por última vez. Ni Big Kahuna ni el General están allí, pero aún los recuerda sentados en primera fila, uno al lado del otro, la primera vez que salió al escenario.

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Common

Los gastados zapatos de Common retumban contra el piso de concreto. El mal iluminado pasillo subterráneo huele a viejo, o tal vez es solo él, viejo y enfermo, sudando copiosamente después de descargar el último camión antes de terminar su turno.

 

Le duelen las manos, todavía no está acostumbrado al trabajo manual. La artritis no ayuda, pero hay que comer, de ahí los turnos de media noche en Azamon, donde estar sobre calificado para el trabajo no fue un obstáculo para convertirse en socio.

 

Esta noche nuevamente tendrá que caminar para llegar a casa. Afortunadamente, es menos de un kilómetro en una noche de verano. En invierno caminar si le pesa, pero en verano no, o eso se dice a sí mismo en cada doloroso paso del camino.

 

El fin de mes trae decisiones difíciles: gasolina o comida, y cuando las cosas se ponen apretadas: pasajes o Krinkets. Siempre prefiere comprar Krinkets.

 

En su bolsillo, una solitaria moneda de diez pesos. La anticipación es casi tan dulce como el suave chocolate. Aunque nada se compara con el momento en que sus dientes conectan con el dulce y revelan las pequeñas criaturas.

 

Y nadie lo sabe mejor que él, que diseñó a cada una de ellas por los últimos 25 años para la compañía GoodSmile, perfeccionando la proporción de chocolate alrededor de cada una de sus coloridas creaciones, que atesoraba como a hijos.

 

Eventualmente, la empresa familiar se hizo pública y comenzó el torbellino de inversionistas, que culminó con una adquisición hostil.

 

Durante 23 años, Krinkets había capturado la imaginación de niños y adultos por igual, por lo que Common tenía carta blanca para seguir dándoles vida.

 

Eso fue hasta que llegaron los consultores a resolver un problema inexistente. Con base en un análisis anual, determinaron que Krinkets era un activo de la empresa que no conectaba con el consumidor contemporáneo (5 a 8 años) que había evolucionado hacia una mentalidad más fluida y dispersa que requería un patrón de juego menos estructurado para estimular su corteza cerebral.

 

Y así surgieron los profundos ajustes, la optimización de procesos, las actualizaciones disruptivas y los departamentos estratégicos que destruyeron el trabajo creativo de Common.

 

En un principio, no le importaron las observaciones. Luego, las observaciones se convirtieron en directivas, y las directivas se convirtieron en objetivos medibles, y los tabuladores de desempeño mostraron que su productividad se había desplomado un -0.2354%.

 

Poco antes de la junta anual del consejo, los directivos evalúan la relación con el Sr. Common y le ofrecen un atractivo paquete de indemnización. Tres meses de salario (¡inaudito!) y cobertura de seguro médico (¡Magnánimos!) luego de una vida de servicio y millones de pesos en ganancias.

 

Y así, a los 61 años, se encontró solo y sin trabajo. Kathy había muerto el año anterior; el cáncer que la consumió había sido voraz pero rápido. No hubo tiempo para comprender lo que estaba pasando. Una visita a la sala de emergencias se convirtió en un par de semanas en el hospital que culminaron en su muerte. Rápida e insaciable, al igual que su despido.

 

Nunca hubo tiempo para niños. Entre los alumnos de Kathy y sus juguetes, tenían acceso a un interminable flujo de juventud que les fue suficiente. Common daba gracias de que Kathy no tuvo que padecer las precariedades de la pobreza, porque el cáncer no solo la había devorado a ella, sino también a sus ahorros.

 

Habían pasado dos años de su muerte.

 

El primer año transcurrió entre optimizaciones de su C.V. e interminables entrevistas en las que tenía que reinventarse para cumplir con todos los requisitos específicos y particulares de cada oferta. Al final, siempre estuvo sobre calificado (viejo o caro para la posición), incapaz de transformarse en la quimera específica que cada trabajo particular requería para encajar perfectamente en la cultura corporativa, e incapaz de comprender cómo un puesto junior requiere diez años de experiencia y cómo más de 30 años de experiencia no parecía suficientes para conseguir uno de estos puestos.

 

El segundo año lo pasó entre cajas y zumbidos del brazalete de productividad que le recuerda que está tomando 0.3 segundos adicionales entre tareas o requiriendo que permanezca un promedio de 18 minutos al final de cada turno para compensar todos los movimientos no esenciales y descansos no autorizados.

 

Y es después de uno de estos turnos, frente a la máquina dispensadora de dulces, que mira al fondo y contempla el último paquete de Krinkets.

 

Bill, el encargado de llenar la máquina, le había dicho que este sería el último lote. La compañía GoodSmile había descontinuado la línea para lanzar Crinketz justo antes de la temporada navideña.

 

Crinketz fue el resultado de un viaje creativo (Un conjunto de bocetos mal logrados que el becario de pelos rosas y la Airbook edición limitada con botón de encendido rosa mexicano, había hecho la noche antes de la presentación) que aceleró el lanzamiento del producto (después de negociaciones bizantinas, la compañía Goodsmile transfirió todas las responsabilidades de control de calidad y análisis de seguridad a fábricas con las que no habían trabajado previamente que les aseguraron reducciones en costos y tiempos de producción) y resultó en la alucinante transformación de una gastada marca como Krinkets que resonará con el consumidor moderno que verá sus propias necesidades y aspiraciones representadas en esta nueva versión (redujeron el tamaño de las figuras, distorsionaron las proporciones cuerpo / cabeza y agregaron un aditivo con brillantina al plástico).

 

Para el verano del siguiente año, la Secretaría de Salud retirará Crinketz del mercado después de que tres niños se ahogaran con las figuras de plástico, dos de ellos fatalmente, la otra con daño permanente en el esófago.

 

Common estará muerto para entonces. Después de un brutal turno de 14 horas de ¡Locura Decembrina! (los asociados disfrutan de pago doble por apoyar el compromiso de Azamon para entregar sonrisas alrededor del mundo, sin importar las consecuencias), se sienta en la parada del autobús, demasiado cansado para recordar que el próximo autobús no pasará hasta dentro de cinco horas, se duerme, recargando la cabeza, pensando en que pronto podrá jubilarse.

 

Lo encontrarán congelado a la mañana siguiente.

 

Common compra el último Krinkets. - Es pesado -, piensa, mientras lo levanta, rasga la bolsa y da el primer mordisco, esperando le salga una de las ediciones limitadas.

 

Y por un momento está contento: consigo mismo, con su vida y con el mundo de plástico que ha llenado los vacíos del real.

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